Primera parte.
Éramos jóvenes, quizás aún lo suficiente para creernos eternos. Con una incipiente fama local, algo de recorrido, algunas publicaciones, con el ego suficientemente inflado como para créersela, pero aún demasiado temprano para entender el mundo real, el paso inminente del tiempo, lo fugaz de los buenos ratos.
Era miércoles, en un mensaje de texto escueto en el viejo Nokia 6120 Diego decía que lo habían invitado a un festival de poesía en David, Panamá, y que podríamos ir los dos. Me levanté de la cama, revisé cuánto dinero me quedaba en el ahorro, busqué el pasaporte, y nos quedamos de ver en la estación de San José para ir juntos a comprar los tiquetes del autobús en Tracopa, compañía que viaja a Panamá. No tenía nada que me atrasara. Estaba sin trabajo fijo, tenía algo de dinero aún de lo que nos habían pagado del Festival Internacional de las Artes donde trabajé como asistente. Diego había logrado que lo dejaran permanente en la oficina del FIA, pero pediría permiso para asistir al evento poético.
Debo decir que en aquel entonces nada nos parecía más importante que la poesía, a la que considerábamos nuestro primer trabajo aunque no fuera remunerado, así que nos parecía completamente normal pedir permiso en el trabajo o en la Universidad o donde fuera llegando a decir simplemente "he sido invitado como poeta a X Festival o a tal recital de poesía en este lugar o en aquel país, aquí está la invitación, nos vemos cuando regrese". No sé si teníamos tanta convicción a la hora de decirlo que nunca nos lo negaron, pero aunque así hubiera sido, primero hubiéramos renunciado antes de aceptar un "no puede", porque la poesía es primero, es mi oficio, es lo que hago y lo que soy.
Compramos los tiquetes, nos emocionamos, salimos a celebrar con un par de cervezas en el bar de siempre, y nos quedamos de ver el viernes a primera hora en la estación para asistir al primer festival internacional al que iríamos juntos. Yo había asistido a algunos cuantos a Nicaragua y El Salvador, y Diego había ido a los suyos también, pero nunca habíamos coincidido de viajar juntos fuera de la frontera. Por lo que podíamos prever que sería un buen viaje.
Dormimos buena parte del recorrido. Pasamos por el cerro de la muerte, y la parada obligatoria en Chespiritos. Llegamos a la frontera entrada la tarde. La oficial de migración nos pide el tiquete de regreso que no tenemos. El chofer nos vende uno y dice que no hay problema. Nos revisan las mochilas, muchos libros y muy pesadas para un fin de semana, mostrando lo inexpertos viajeros que éramos aún. Cuando regresamos al autobús noto algo entre el cojín y el respaldo del asiento, lo logro sacar de debajo con los dedos. Es un teléfono celular. Más pequeño que el ladrillo 6120 que tengo en casa. Lo encendemos y tiene batería y ¡Tiene servicio! Lo traveseamos y rápidamente nos damos cuenta que tiene algunas funciones diferentes a las que estamos acostumbrados, por ejemplo, descubrimos que ¡Tiene internet! ¡No lo podíamos creer! ¡Un celular con internet y con servicio internacional!
Así que Panamá nos recibió llamando a nuestra familia desde el nuevo juguete y diciendo que todo estaba bien. En ese momento algo se encendió, no en el teléfono, en nosotros. El motor de haber pasado la frontera y sabernos al otro lado empezó con la combustión interna más acelerada. Era algo implícito, no era necesario decirlo.
Llegamos a David al atardecer. Nos recibió el maestro Manuel Montilla. Un anfitrión maravilloso. Nos llevó a conocer su taller de pintura, su casa, y finalmente su escuela de artes en donde nos hospedaríamos por las siguientes dos noches, y en donde serían algunas de las lecturas del festival. Nos dio el programa del evento, con lecturas en algunas escuelas, centros comerciales, ferias, y restaurantes alrededor de la ciudad. Nos mostró el cuarto con dos camas, el baño con la ducha, y nos entregó las llaves del reino.
Por aquel entonces yo estaba enamorado de una poeta joven salvadoreña que había conocido de forma bastante platónica en un recital en Santa Tecla, en el cierre del Encuentro de escritores centroamericanos. Ella me había clavado su mirada de ojos negros brillantes durante todo el recital (al límite de lo incómodo), era hermosa, su pelo largo azabache, y un rostro entre infantil y pícaro… se me había acercado directamente al final de la lectura y me entregó un papel con su correo electrónico y su teléfono, con un mensaje bastante sugerente. Al día siguiente recibí un correo electrónico en un internet café donde se lamentaba con tono lacónico y poético que no nos habíamos conocido antes de mi último día en el país porque se había enamorado de mí locamente, y deseaba más que nada estar conmigo… desde entonces habíamos mantenido contacto por correo electrónico y ocasionalmente nos llamábamos para los cumpleaños, navidad o año nuevo, y hablábamos por escasos cinco minutos. Era caro en aquel entonces las llamadas internacionales.
Así que teniendo un teléfono con servicio internacional, lo primero que hice, mientras Diego se bañaba, fue llamar a Flor. Hablamos y le conté orgulloso que la llamaba desde Panamá donde estaba en un festival internacional de poesía, y que estaba pensando en ella. El teléfono funcionó perfecto. Y gratis.
Le conté a Diego y nos pusimos a hacer algunas llamadas más solo porque sí, así que creo que esa noche llamamos a todos los contactos que teníamos en Centroamérica. Cuando nos aburrimos, decidimos salir a conocer y explorar la ciudad. Total, era viernes por la noche.
El primer lugar que encontramos fue una marisquería. Tenían karaoke y el ambiente estaba bastante alegre. Entramos y pedimos el menú. Lo abrí por atrás y vi el precio de las cervezas… 0.50 centavos de dólar. ¡Diego, medio dólar, medio dolar por cerveza! ¡Es casi gratis!
Cuando el mesero llegó ya lo habíamos decidido:
_ Tráiganos por favor dos cervezas de todas las marcas panameñas que tenga, las queremos catar todas para ver cuál nos gusta. Somos nuevos, de Costa Rica.
En este momento el chico de la mesa de atrás que tiene el micrófono del karaoke y está cantando grita "¡Qué sopá hermanos ticos, bienvenidos a Panamá!" Y un estallido de aplausos y gritos etílicos no se hicieron esperar. Nos sorprendimos gratamente por el recibimiento y empezamos nuestra cata de marcas: esta sí, esta no, esta sabe a jabón, esta más o menos… Listo, mesero, dos más de esta Atlas por favor.
Después de esa ronda, y con un par de marcas de cerveza decididas, salimos a explorar otro lugar. Pasamos por un parque lindo, iluminado por una fuente y una especie de pirámide que no entendimos de qué se trataba, cruzamos el parque y nos topamos de frente con un casino gigante, llamativo, lujoso. Tomando en cuenta que la cerveza en un restaurante costaba medio dólar, asumimos que a lo mucho costaría en el casino el doble, por lo que entramos decididos. El bar del casino era enorme, y elegante, con alfombras rojas y espejos gigantes, llenos de botellas, chicas en minifalda de camareras, y el sonido monótono de las máquinas tragamonedas a lo lejos. Una barra amplia en donde se podía observar todo. Nos sentamos en la barra y pedimos dos Atlas más.
Había un hombre de mediana edad vestido de traje blanco y elegante, se veía que se estaba divirtiendo, apostando, y bebiendo. Parecía que las chicas lo conocían porque le sonreían y hablaban jocosamente con él. Tenía dinero, era evidente. Y después de un rato, como entre curioso y atento, vino a investigar quiénes éramos, por qué estábamos ahí, y qué queríamos. Todo en tono amigable, pero su intención era evidente.
Nos dijo su nombre, y su acento lo delataba bastante bien. Era italiano, y vivía en un apartamento cercano. No nos tuvo que decir a qué se dedicaba porque ya no era necesario. Lo entendimos al momento. Pero le caímos bien, demasiado bien. Así que nos dijo que como era nuestro primer día en la ciudad nos llevaría a mostrarnos la ciudad y sus lugares favoritos.
Le sorprendió que no pusimos resistencia y cuando se dio cuenta estábamos en un taxi con él rumbo quién sabe a dónde. Nos dijo que, como consejo, tuviéramos cuidado. Que en David y con él no nos pasaría nada, nadie se atrevería a tocarnos, pero que si viajábamos a otra ciudad de Panamá o a la capital, no fuéramos tan confiados, que había gente con otras intenciones. Y luego de su pequeño sermón sacado de su conciencia, cambió de tono y nos dijo que iríamos a ver chicas, que esa noche todo, todo lo que quisiéramos, y recalcó en "lo que quieran", correría por su cuenta.
Visitamos quizás tres o cinco lugares diferentes entre bares, night clubs, y cantinas. Las botellas venían y venían, las chicas sentadas en los regazos, y los billetes de $100 caían pesados sobre la mesa. "Pidan lo que quieran y a quien quieran" seguía repitiendo el italiano ya bastante pasado de tragos, pero feliz de la compañía y nuestros cuentos. Terminamos diciéndole poemas a alguna de las chicas mientras bailaba en la mesa y nos aplaudía, y decía que era lo más tierno que le habían dicho, mientras le daba en una servilleta su número de teléfono a Diego.
Luego de toda esa vorágine, sin saber cómo, nos habíamos teletransportado de nuevo donde empezamos, al casino Fiesta, en donde nos despedimos del italiano no sin antes anotar su teléfono, según nosotros, para repetir al día siguiente o salir con nuestro "nuevo amigo".
Nos fuimos a dormir todavía con las revoluciones altas. Al día siguiente empezaría el Festival.
Parte II
El festival estuvo increíble. Pese a lo local del evento nos terminamos creyendo estrellas de rock.
Hicimos lecturas en escuelas primarias y secundarias, nos entrevistaron largo y tendido en un programa de radio dedicado exclusivamente a nosotros dos, salimos en el diario con fotos incluidas, cada lectura era un éxito.
Teníamos la confianza a tope.
Cada mañana íbamos a desayunar con Montilla en un pequeño rancho al aire libre, ahí nos atendía una chica joven y agraciada, a la que mi confianza festivalera me permitió decirle algún piropo y pedirle el teléfono.
El italiano, como era de esperarse, no nos volvió a contestar. Aún teníamos servicio así que seguíamos llamando a nuestras familias y escribiendo correos electrónicos desde el móvil, que para nosotros, era una gran novedad.
Conocimos a algunos poetas locales, y a un poeta realmente amable de Ciudad de Panamá. Un buen poeta además. Intercambiamos los libros de rigor como es lo usual en esos festivales. Dedicatorias para allá y para acá. Diego y yo recién habíamos publicado nuestras óperas primas y disparábamos los libros a diestra y siniestra, aparte, que según decía la crítica, eran buenos libros, mucho mejor de lo que se espera de una primera publicación. Cosa que nos aumentaba el ego y la sonrisa.
Entre esos locales que conocimos, un profesor de una de las secundarias donde leímos, en medio recital, decidió decir de memoria el soneto "A Lisi" del gran poeta panameño José de Jesús "Chuchú" Martínez. A quién Diego y yo desconocíamos hasta ese momento, poema y poeta que nos voló la cabeza de inmediato, nos atrapó, y sobre todo la forma cómo el profesor lo decía de memoria, frente a sus alumnos, a pesar de las malas palabras incluidas en el poema, con tanta pasión que pudimos sentirlo desde adentro, muy en las entrañas, y lo terminamos aprendiendo de memoria también, y lo decíamos (o lo intentábamos) con toda la rabia posible haciendo énfasis en las palabras más fuertes del texto:
"Diez años ha, me cago en Dios, que te amo
cada vez con más odio, cada día
con un nuevo rencor, y todavía
te busco, te huyo, te maldigo y llamo.
Puta madre, mamita, cómo lamo
la espada de tu ausencia, larga y fría,
y cómo me odian, mama, el alma mía
y el cuerpo en el que a diario me encaramo.
Se me ha podrido el corazón de tanto quererte, odiarte, verte y de no verte,
y tanta pena, Lisi, tanto llanto.
Diez años ya, carajo, de quererte,
comiendo mierda, soledad y espanto,
mierda con mierda, coño, hasta la muerte".
Ese era el tipo de performance que gozábamos. Nos subía la adrenalina, y nos preparaba para lo que fuera…
Era domingo, caliente como todos los días en el Pacífico panameño, y entre la nostalgia del fin del festival, decidimos salir de compras y visitar los almacenes árabes del centro, en donde compramos algo de ropa, y un par de mochilas de viaje, quizás pensando en repetir la experiencia en otra ocasión.
Luego, Montilla nos llevó en autobús a Boquete. No nos dio detalles, pero de pronto nos vimos en la casa del gran escritor Dimas Lidio Pitty, quién nos esperaba junto a su esposa, y una familia de guitarristas compuesto de padre, madre, dos hermanos y una hermana. Todos guitarristas talentosos y disciplinados, locales del pueblo montañoso y cafetalero en las faldas del volcán Barú. Nos regalaron parte de su repertorio, nos encantó. Y a mi en particular me llamó la atención la chica, con un estilo medio "dark", le daba un aire sexy bastante interesante. Hablé con ella luego de nuestro recital improvisado para los invitados, e intercambiamos contactos telefónicos y demás… nos despedimos de todos, intercambiamos libros con Dimas Lidio Pitty, y un disco con la familia guitarrista, a quienes les dijimos que nos encantaría que tocaran en Costa Rica, lo que tomarían bastante en serio y derivaría en otra historia que no es para este momento. La chica, como quien se equivoca, me besó rápidamente y regresó a esconderse detrás de la sala con la promesa de escribirme luego.
Cuando regresamos, tomamos un par de cervezas para ayudarnos con el calor y la goma de tres días de fiesta, y fuimos a empacar la ropa y los libros para el viaje de regreso a Costa Rica.
En eso estábamos cuando tuve la necesidad de decir algo:
_Mae, sabés que esta es mi primera visita a este país, y estaba pensando que cómo vamos a venir hasta aquí y no conocer el canal de Panamá…
_ ¿Está loco? ¡Yo tambien quiero conocerlo!
_ ¿Y por qué no vamos? Tenemos el contacto de Aby, el poeta de la ciudad, quizás nos pueda llevar a conocer por ahí.
_ Ok, préstame el teléfono para enviar un correo electrónico a la oficina del FIA, voy a decir que algo pasó y no podemos regresar a Costa Rica hasta el martes.
Fuimos a hablar con Montilla con una botella de Seco Herrerano a su taller para agradecerle por todo y por la organización del festival. Entre trago y trago le contamos la idea espontánea de ir a Ciudad de Panamá. Manuel nos contó que estábamos más o menos a nueve horas en autobús de la Ciudad, pero que le parecía maravilloso, con esa sonora y contagiosa risotada que tiene. Y nos sugirió dejar algunas cosas en su casa y viajar "ligeros de equipaje". Lo que nos emocionó para estrenar nuestras recién adquiridas mochilas.
Pusimos adentro lo primero que echamos en cada salida: los poemas. Y luego algo de ropa como para dos días. Dejamos el resto en la escuela de artes, y partimos para la terminal de buses. El autobús saldría hasta las 3 de la madrugada, por lo que decidimos dormir en la estación. Una larga noche entre sueños extraños, vigilia, y lectura de los libros que intercambiamos con los poetas del festival.
El sueño fue interrumpido por una llamada en "nuestro" teléfono. La voz, a lo lejos, hablaba inglés. Buscaba al dueño del teléfono, no le entendimos mucho, le dijimos en spanglish que no lo conocíamos y habíamos encontrado el teléfono en un autobús. Cuando abordamos el autobús, le hice notar a Diego que habíamos perdido el servicio telefónico, y el internet… íbamos rumbo a Ciudad de Panamá, nos esperaba el poeta Aby en Albrook Mall, la parada final del autobús. Aparte de él y Montilla, nadie sabía nuestro destino. Acabábamos de perder el contacto con la realidad y lo digital, además del poco sentido de responsabilidad que nos quedaba.
Parte III
Nunca había visto una estación de autobuses tan grande, más similar a un aeropuerto, para ser exactos era una mezcla entre un mall y un aeropuerto. Cientos de tiendas y escaleras eléctricas. Aby, no sé cómo, nos encontró fácilmente. Salimos de la estación y a lo lejos se veía el puente de las Américas, debajo pasa el canal, hacia el otro lado enormes edificios al lado de la bahía, como en las series de Miami.
Pero Aby nos dijo que nos llevaría a conocer el lado opuesto, la ciudad vieja, el centro histórico.
Caminamos por todo Panamá Viejo, nos mostró los edificios más importantes, y tomamos algunas fotos en monumentos y en el malecón. Luego nos llevó a conocer una cafetería con ambiente muy de los 70, agradable, mientras bebíamos una cerveza, y no sabemos si de casualidad o planeado por el poeta, llegó a nuestra mesa un poeta indígena kuna, nos impresionó su garbo, su poesía en todo sentido.
Luego de una ronda de poemas con el poeta kuna, y de invitarlo a almorzar, nos despedimos de él, y Aby nos dio algunas noticias: ya teníamos un par de recitales organizados, uno en la Universidad de Panamá, y otro en una Universidad dedicada a las artes. Así que ya teníamos un programa de lecturas. La otra noticia no era tan buena, resulta que el poeta vivía lejos y no tenía espacio para darnos posada, así que estábamos, por ese momento, sin saber a dónde iríamos a dormir…
Seguimos caminando, ahora rumbo a la Universidad de Panamá en donde Aby trabajaba. Nos llevó a conocer el campus, y a mostrarnos en donde sería nuestra presentación. Era un escenario lindo de la escuela de teatro. Ahí nos encontramos a los Javieres, poetas jóvenes panameños, quienes también tenían un grupo literario y hacían cosas muy similares a nuestro grupo Libertad bajo palabra, tales como recitales teatralizados, performance, talleres, intervenciones, etc. Así que de inmediato conectamos. La lectura sería en conjunto con ellos. Todos estábamos emocionados. Javier Alvarado, con quién ya había coincidido en el Festival Internacional de Granada en Nicaragua, nos invitó a su casa al día siguiente, nos dijo que no tenía espacio para darnos posada, pero que si no encontrábamos ningún lugar para dormir, podríamos dormir en su biblioteca en el suelo. Tomamos su teléfono y le dijimos que lo visitaríamos en todo caso.
Debíamos resolver lo de esa noche. Aby se despidió de nosotros y nos dejó en las manos de un pintor amigo suyo que conocimos, quien nos dijo que nos llevaría a su casa a comer algo y que ahí podríamos ducharnos y cambiarnos la ropa sucia y sudada del viaje. No nos prometió darnos alojamiento porque vivía en una casa pequeña con su familia, y no había más espacio, cosa que comprendimos y agradecimos, y nos dispusimos a ir a su casa en un autobús.
Después de ducharnos y comer con su familia, empezaron a llegar vecinos, ya sea de casualidad o por curiosidad, y se fue armando un grupo grande que finalmente nos sentamos en el corredor de la casa junto a todos. Entre los vecinos había una chica guapa que dijo que era modelo, y que le encantaría ver y escuchar lo que hacíamos, y cómo negarnos a una petición de una chica… minutos antes habíamos dicho que nos gustaban los recitales teatralizados y la idea le encantó. Rápidamente organizaron a todo el barrio, y en cuestión de minutos el escenario improvisado en el patio del pintor estaba listo para nosotros. Sin pensarlo dos veces saltamos al patio entre los alambres de la ropa, y repetimos alguna escena que teníamos bien ensayada de nuestro último montaje, todos estaban felices y nos invitaban a cervezas y hacían preguntas, así fue cayendo la tarde, y en un silencio poético (pasó un ángel) vimos cómo se hizo de noche en ese pequeño barrio de vecinos reunidos por los poetas ticos.
Finalmente el pintor dijo que tenía un amigo poeta que vivía en un barrio más o menos cercano, lo llamó para contarle nuestra historia y que no teníamos a dónde dormir. El poeta, parte de esa familia o fauna de las letras, supo comprender la situación y nos invitó a su casa a pasar la noche. El pintor nos dijo que ese barrio, llamado Juan Díaz, era un poco peligroso, que lo mejor a esa hora era llegar en taxi, por lo que nos llamó uno, le dio la dirección al taxista, y nos despedimos de todos agradeciendo la adorable tarde y hospitalidad.
Parte IV
Robinson es un tipo alto, serio, de aspecto tosco. Hasta que lo conocés y te das cuenta que debajo de ese aspecto hay un tipazo amable, chistoso, solidario, y sonoro. Un gran poeta en todo sentido.
Robinson es profesor de español en una secundaria. Su casa es pequeña pero aún así nos cedió una de las dos camas matrimoniales que tiene en su habitación. Ahí nos acomodamos Diego y yo. El lugar es bastante apretadito, pero más que suficiente para lo que necesitábamos.
Luego de acomodarnos fuimos a un chino, comimos siu mae (lo vendían en unidades separadas a un precio ridículo), no sé cuánta cantidad comimos, pero fue la boca necesaria para acompañar la cerveza y la buena conversación.
Ya acostados en la cama, le dije a Diego que era imposible regresar a Costa Rica al día siguiente, que ya teníamos compromisos poéticos y un programa para al menos dos días más…
A la mañana siguiente, en la computadora del trabajo del poeta Robinson, Diego envío un nuevo email al FIA. Trató de explicar la situación con alguna que otra exageración y alguna mentira. No teníamos tiempo para comunicar nada más, así que omitimos reportarnos con las familias.
Por aquellos días repetíamos un slogan que Diego había dicho en algún momento: "la poesía hay que vivirla, y sino mejor no escribirla". Y era justo lo que estábamos dispuestos a hacer como una norma de vida, casi como un dogma.
Ese día nos presentamos en la Universidad de Panamá. Un recital con poco público, pero con mucha energía. Muy lindo, casi un convivio entre poetas, cosa que no nos ofuscó, ya que así suelen ser los recitales de poesía en Costa Rica, "la mitad son amigos, la otra mitad equivocó el camino, y afuera llueve…" decía un poema de Luis Cháves con toda razón.
Luego decidimos tomar un autobús para visitar a Javier Alvarado. Quien amablemente nos recibió en su casa y nos mostró su enorme biblioteca que abarcaba probablemente la mitad de la casa de su madre. Hablamos un rato, tomamos un fresco, y emprendimos el regreso a Juandilandia (así llamaba el poeta Robinson a su barrio, cuyos personajes ya más o menos conocíamos).
Cuando el poeta Robinson llegó a la casa, nos esperaba la noche panameña… enrumbamos los tres hacia el centro. El poeta nos mostró los mejores bares de la ciudad, nos montamos en la fiesta, y la noche empezó a calentarse. De pronto estábamos comiendo perros calientes en una esquina de la calle más bulliciosa de la capital, la versión panameña de la Calle de la Amargura, pero en lugar de terminar en la U, terminaba en el malecón con vista al océano Pacífico. Cuando el poeta Robinson nos contó sobre el final de dicha calle, sin pensarlo, no sé por qué, decidimos correr los 100 metros culo hasta el malecón… así que de pronto, estábamos corriendo sin pantalones por media ciudad de Panamá con un perro caliente en la mano y una lata de cerveza que se iba derramando en la otra. Solamente se escuchaba detrás la gran risotada del gran poeta panameño, hasta que nos encontramos de frente con unos policías que nos señalaron amablemente la salida del lugar…
A la mañana siguiente asistimos con el poeta a una Asamblea del sindicato de trabajadores. Un salón comunal decorado con fotos y póster socialistas aludiendo a la clase obrera y la lucha de clases. Colores rojos y amarillos, y casi se podía escuchar de fondo la Internacional.
Los camaradas nos saludaron afablemente, nos dieron la bienvenida, y nos invitaron a formar parte de la asamblea. Y nos pusieron dos sillas al frente para que compartiéramos nuestro trabajo con todos los delegados. Así que buscamos los poemas más de tema "social" o combativos que tuviéramos y leímos frente a los camaradas, quienes terminaron aplaudiendo y cantando "el pueblo unido jamás será vencido".
Por la tarde ya teníamos confirmado el compromiso en la Universidad del Arte Ganexa. Una universidad dedicada a las artes en general, quienes detendrían su rutina diaria para ir a escuchar a "dos poetas de Costa Rica que andan de gira en el país".
Cuando llegamos el escenario era amplio, completamente decorado, limpio, y estaba lleno de público que ya estaba impaciente esperándonos. Entre el público estaban los estudiantes, los profesores, y hasta el mismo rector de la Universidad.
Así que con garbo y las poses ensayadas y sabidas ya de memoria, hicimos lo nuestro, y los aplausos no se hicieron esperar. Para nuestra sorpresa nos habían preparado certificados de participación, y un refrigerio con brindis incluido para compartir con el rector y algunos de los profesores. Brindamos con el vino blanco a disposición, comimos los bocadillos, y empecé a hablar con una de las profesoras, quién me contó que daba un curso de artes plásticas y escultura, tenía unos ojos negros profundos y unas manos delicadas que imaginé de inmediato pasando sobre el barro fresco o moldeando la cerámica blanca…
_ No conozco mucho la ciudad, pero me encantaría que nos acompañaras a conocerla juntos. No sabés cómo quisiera que me sigás contando sobre tu trabajo y conocerte mejor.
_ Uy, nada me gustaría más… pero debo continuar trabajando, tengo aún un par de clases más pendientes.
_ ¿Y con quién debo de hablar para que te dejen mostrarnos la ciudad y guiarnos a tus lugares favoritos? -Le dije sin ningún miramiento, ya metido en el personaje de estrella de rock que veníamos construyendo esos días. En ese momento, el rector se acercó a felicitarnos por el recital y a decirnos algún fragmento que le llamó la atención de alguno de los poemas. Entonces, no pude evitar la oportunidad:
_ Gracias señor rector. Muy agradecidos y honrados por su invitación y recibimiento tan espléndido que nos han hecho en su casa de enseñanza y en este hermoso salón dedicado al arte. - Le dije mostrando con cariño el certificado bajo mi brazo.
_ Mire usted señor rector qué casualidad, que estaba justamente hablando con su hermosa e increíblemente talentosa profesora sobre cómo me gustaría continuar hablando sobre el arte con ella, y que me encantaría que me mostrase tan linda ciudad, dónde estoy seguro habrá galerías y museos interesantes y que ella conoce a la perfección… ¿No le daría usted el permiso para que ella nos pueda acompañar esta tarde? Sería un honor para nosotros, y prometo cuidarla muy bien.
El rector un poco sorprendido, volvió a ver a la profesora quien tampoco pudo decir palabra, y no le quedó otra opción que decirme que sí, que la profesora podía acompañarnos, si ella así lo deseaba.
Por lo que inmediatamente salimos de la universidad el poeta Robinson, Diego, la profesora de artes, y yo. Y nos enrumbamos a su bar favorito, que dijo se trataba de un rancho al aire libre en dónde podríamos conversar y tomar a gusto.
Era evidente que, al menos yo, ya estaba en modo Say No More. Cosa que significaba que con soundtrack de Charly García de fondo, nos dábamos licencia para casi cualquier cosa ¿Qué era lo peor que podía pasar? A ver… tampoco nos íbamos a tirar de un noveno piso a una piscina, pero se entiende, nos lanzábamos de nuestras propias ideas.
Por lo que en un semáforo peatonal, mientras esperábamos la luz verde, tomé a la profesora de la mano y le dije:
_ Tenés algo ahí… - señalándole los labios.
_ ¿Qué es? ¿Pintura?
_ No. Un beso que aún no te han dado… y la besé hasta que el semáforo cambió de color otra vez.
La pasamos bien en el bar, por supuesto.
De ahí fuimos a una librería donde había un recital de poesía con la joven poeta Magdalena, que conoceríamos esa noche,y con quién años después yo descubriría el Whatsapp y tendríamos una intensa relación de amistad por internet, primero por MSN, y luego en la nueva app que revolucionó la mensajería de texto. Me sorprendió gratamente su poesía, fuerte, directa, con unas imágenes increíbles, y la forma seductora en que recitaba cada palabra… La joven y talentosa poeta escribiría el prólogo de uno de mis libros casi 15 años después de esa noche, pero en ese momento, apenas nos saludamos. Y seguimos nuestra aventura bohemia por la ciudad.
No sé muy bien cómo, pero convencí a la profe de acompañarnos a tomar el zarpe a la casa, era tarde. La profe dijo que debía trabajar temprano en la mañana, pero se dejó convencer… tomamos el zarpe y ya no había taxis de regreso, y era realmente peligroso salir del barrio a esa hora. Así que la profe amaneció en la cama conmigo… y Diego claro, y Robinson en su cama a escasos centímetros también. Realmente no tenía muchas opciones, pero admiré su valentía (o le transmití mucha confianza) para quedarse a dormir con tres poetas en un mini cuarto… Pese a todo, somos gente medianamente decente, así que estaba segura con nosotros. Y a decir verdad, estábamos bastante felices de pasar la noche juntos.
A las cinco de la mañana, con las primeras luces, me despertó con un beso de despedida mientras se ponía la blusa… yo aún medio ebrio y entrado en la goma, le devolví el beso, pero no caí en cuenta que debí acompañarla a tomar el taxi, caí muerto otra vez en la almohada y solo escuché entre dormido la puerta al cerrarse… por suerte la parada estaba justo enfrente del apartamento, y la ciudad ya estaba despierta.
Dormimos casi hasta las 10 de la mañana, y fuimos a sacarnos la goma al chino con más siu mae y cerveza fría.
Antes de salir hacia el chino, sonó el teléfono. Era el poeta José Antonio Córdoba, maestro de la generación del 50 en Panamá, y una de las figuras emblemáticas de la literatura del vecino país. Se enteró, sepa Judas cómo, de que dos poetas de Costa Rica estaban en la casa del poeta Robinson y deseaba conocerlos, invitarlos a almorzar, y hablar con ellos. Lo que respondimos con certera emoción que por supuesto, que llegaríamos a la hora acordada por él, y que nos encantaría además entrevistarlo en un video, si no tenía inconveniente con ello.
Sin saberlo, estábamos por vivir una de las experiencias más locas de nuestras vidas.
Quedamos con el poeta Córdoba en ir a comer pollo asado que el compraría, y que podríamos llegar a su casa a mediodía. Así nos dispusimos a hacerlo. El poeta Robinson nos dio la dirección y las indicaciones para llegar en el autobús, y nos enrumbamos hacia la casa del maestro.
Cuando llegamos ya la mesa estaba servida con el pollito, y dos botellas de ron… una ya abierta.
La casa era muy acogedora, una sala con sofás y un equipo de sonido, la decoración incluía algunos cuadros con versos de Neruda y la foto del poeta chileno, además de canciones de Violeta Parra, y una foto del presidente Allende en la Casa de la Moneda. El poeta, como se esperaba, tenía una amplia biblioteca que nos mostró con orgullo, y un corredor muy fresco con algunas sillas mecedoras en donde dijo que le gustaría que hiciéramos la entrevista, pero después de comer, y después del ron… por lo que nos dispusimos a comer y a brindar.
Una vez acabada la primera botella, el maestro Córdoba decidió que era momento de ponernos nostálgicos. Así que empezamos a hablar de Roque Dalton, a leer sus poemas, y de pronto estábamos escuchando la voz del poeta salvadoreño asesinado por sus propios compañeros de guerrilla, la voz del poeta de La ventana en el rostro salía del equipo de sonido, un CD quemado en donde había una grabación de uno de los poemas de Un libro rojo para Lenin, y luego otra grabación con la horrible voz de Neruda, pero que entre las botellas de ron ya no sonaba tan ultratumba… después vino Violeta Parra, y ya nuestras voces empezaban a sonar por todo el barrio como si de un karaoke se tratara… cantábamos entusiastas "volver a los 17", y por supuesto, inmediatamente después, Víctor Jara con Manifiesto y el Derecho de vivir en paz. Ya para ese momento habíamos abierto la segunda botella, y el ambiente se volvió sombrío cuando el maestro Córdoba decidió que debíamos escuchar la grabación rescatada no sé de dónde del golpe de Estado a la Casa de la Moneda, el último discurso del presidente Allende, seguidas de las palabras diabólicas del general Pinochet… el maestro Córdoba empieza a llorar desconsoladamente. Brindamos por los camaradas caídos, nos abrazamos por Víctor Jara, despotricamos contra los malditos yankees y su operación Cóndor, y nos terminamos el ron.
Los tres estábamos lo suficientemente borrachos para no darnos cuenta que era imposible hacer una entrevista en esas condiciones… sin embargo la hicimos. Sentamos al maestro en su mecedora en el corredor, pusimos la cámara, según nosotros calculamos la luz y el encuadre, y empezamos a grabar. A los días nos daríamos cuenta que no se entendía nada, que el maestro Córdoba apenas podía articular, y que las preguntas entre risas torpes ni siquiera tenían sentido. Pero en ese momento todos estuvimos emocionados de hacerlo, y terminamos muy satisfechos con una sentencia del maestro Córdoba:
_ Ahora sí, terminada la entrevista de rigor, vamos por el "arranque" poetas.
Eran alrededor de las 5 de la tarde, y nos enteramos que el arranque significa el zarpe. Entre mi poca elocuencia que me quedaba, le dije a Diego que no estaba seguro si el señor aguantaría más alcohol…
_ ¿Cómo que no? - dijo por atrás el maestro Córdoba con tono enojado y con las llaves del portón en la mano.
_ Bueno, vamos pues por el arranque poetas.
Llevamos al maestro abrazado por los hombros, cruzamos una transitada calle principal, y entramos a un bar en donde sonaba una rockola con un horrible e incipiente reguetón… nos enteramos ahí mismo, que los panameños estaban orgullosos de decir que ellos habían inventado dicho género. Lo decían a cada rato. Y quizás por eso se ofendieron cuando Diego y yo pusimos algo de rock en el aparato… algunos se marcharon del bar, otros nos enjacharon feo, y después de un par de piezas decidimos dejar la música para los locales antes de meternos en problemas. Entre esos comensales que disfrutaban del reguetón, había un par de chicas acompañadas de algún amigo. Pese a que no les hizo gracia el cambio dramático de música, hicieron algún comentario a favor y hasta intentaron bailar al ritmo de Música ligera de Soda Stereo mientras gritaban un falso "qué viva el rock" intentando un símbolo rockero con sus manos.
Mientras tanto, las botellas de cerveza empezaron a llenar la mesa de nosotros. El maestro Córdoba no dejaba de pedir una ronda tras otra… yo tenía una botella por la mitad y dos enteras esperando.
No sé si para evitar que pusiéramos más música, o para evitar problemas, o simplemente porque era muy tarde y no teníamos idea del paso del tiempo, el mesero se acercó y nos dijo que ya iban a cerrar, y que debíamos pagar la cuenta.
El maestro Córdoba apenas podía balbucear, y era evidente que ya no podría levantarse de la silla sin ayuda.
_ Diego, ayúdele al poeta a ir a pagar la cuenta. Yo voy a ir a buscar un taxi.
Salí del bar. Afuera los clientes iban dispersándose. Era una calle transitada, pero bastante difícil de que pasara un taxi desocupado a esa hora.
En eso estaba cuando se acercó un Pontiac rojo, manejado por una chica y otra de copilota. Me pareció que eran las chicas que nos trataron de dar bola con el rockcito en el bar, pero no estaba seguro. La chica bajó la ventana del carro y lo detuvo enfrente de mi:
_ ¡Qué sopá papito! ¿Para dónde va? Vamos, vamos con nosotras de fiesta mi amor, te llevo dónde quieras.
_ Eh… es que ando con dos amigos.
_ ¡Tráigalos, hay campo para todos!
En ese momento me pareció la mejor opción. Así que entré al bar y le grité a Diego:
_ ¡Mae, ya conseguí el taxi, traiga al maestro, vámonos que nos están esperando!
Subimos al poeta entre los dos en el asiento trasero. En ese momento nos dimos cuenta que había otro chico atrás, que se hizo a un lado y nos saludó con una voz delicada y un gesto afeminado. Nos subimos apretados los cuatro en el asiento. El maestro Córdoba iba desconectado, a Diego se le iluminaron los ojos de ver el "taxi" que conseguí, y de inmediato se presentó flirteando con las chicas.
_ Ok, este es el trato - dije a la conductora- si nos ayudan a llevar a este señor a su casa, es acá cerca, nosotros las invitamos a unas cervezas y vamos con ustedes por un zarpe donde quieran.
Cuando llegamos a la casa del maestro Córdoba, y lo bajamos del Pontiac rojo, entre su embriaguez se dio cuenta que no era un taxi… sobresaltado empezó a vociferar que eso no era un transporte público, todo mientras intentaba desesperadamente abrir con la llave el portón de su casa. Diego y yo le ayudamos a sostenerse de las verjas, al tiempo que no dejaba de repetir como en fade de una grabación "eso no es un taxi, eso no es un tax, eso no es, no es, los van a matar…"
Mientras lograba abrir el portón, y desde la ventana del carro, nos despedimos gritando un "¡ADIÓS Maestro! ¡GRACIAS MAESTRO!" En el momento en que las chicas giraban en U y nos alejábamos, lo vimos aún haciendo algunas señas con sus manos en alto.
Las ventanas iban abajo, y en el equipo de sonido del Pontiac sonaba Madonna cantando Like a virgin. Nosotros coreábamos colgando de las ventanas con medio cuerpo afuera. A las chicas (y al chico) les pareció delirante y estaban extasiadas (o al menos eso parecían), y nosotros también de ser el centro de atención… nos detuvimos a comprar más cerveza para todos y cantando "like a virgin" nos fuimos alejando de las luces de la ciudad.
En un momento todo se volvió más oscuro y solitario.
_ ¿Dónde estamos? Le pregunté a Diego para que las chicas también escucharan.
_ Estamos pasando por el barrio más peligroso de la Ciudad de Panamá. - respondió la chica al volante con tono de guía turística. Y agregó inmediatamente:
_ Pero no se preocupen bellezas, que yo soy policía.
Y diciendo esto, metió su mano debajo del asiento y sacó un arma, una pistola 9mm. En ese momento un aire frío atravesó todo el carro, un silencio denso seguido del aire acondicionado activado, y el motor de las ventanas que empezaron a subir hasta cerrarse por completo.
La cerveza se había acabado, la música seguía sonando pero con el volumen más bajo, Diego se durmió o pretendió hacerlo, y el carro seguía su marcha con destino desconocido para nosotros.
Yo me dediqué, ahora un poco preocupado, a observar a través del vidrio las luces de la ciudad a lo lejos, lo que me decía que habíamos subido la altitud y estábamos en algún cerro o montaña, no se veía ningún pueblo cercano, era una carretera solitaria y oscura con apenas los reflectores en medio de la vía.
Después de una curva, el auto se detuvo en una saliente del camino. La chica procedió a tomar su arma nuevamente.
_ Bueno bellezas, se acabó el paseo. Demen lo que traigan, salgan del carro, y pónganse de rodillas.
En ese momento el licor de todo el día se bajó de golpe. Me acordé como en una epifanía del italiano en David diciéndonos que tuviéramos cuidado, seguidamente me acordé de mi mamá, y pensé en lo triste y desesperada que estaría cuando le dieran la noticia. No quería hacerla sufrir, no quería darles el terrible trabajo de transportar mi cuerpo desde otro país, estaba resignado a morir, pero no al sufrimiento que eso generaría… me sentí culpable.
_ Está bien. Aquí está mi billetera, y mi cámara de fotos. Es todo lo que tengo encima.
_ Salga del carro y póngase de rodillas. Saque a su amigo, rápido.
_ Pero… ¿Qué nos van a hacer? Ya le di todo lo que tenía.
_ Los vamos a matar. Cállese y saque a su amigo.
_ Diego… Diego, vamos, salgamos del carro.
_ No quiero. Quiero dormir. Todo me da vueltas.
_ Vamos Diego, que nos están asaltando…
_ ¡Sáquelo!
_ ¡Que no quiero! ¿Qué nos van a hacer?
_ Dicen que nos van a matar.
_ ¿En serio nos van a matar?
_ Sí, los vamos a matar malparido, cállese y salga del carro rápido.
_ Ok, ok… nos van a matar… entonces que nos maten en el carro, yo no quiero salir, hace frío afuera.
_ Vamos Diego, tal vez afuera tengamos alguna oportunidad…
_ Bueno, si nos van a matar yo tengo una última petición ¡Primero que nos violen!
_ …
_ …
_ Jajajajajajajajaja qué hijos de puta más locos ustedes.
_ Jajajajajajaja oiga a este tipo…
_ Cierre la puerta, súbase, nos caen bien ustedes dos. Ahora las reglas acaban de cambiar… vamos a ir a mi casa -dijo la chica al volante mientras guardaba el arma- vamos a tomar un poco más, pero… mi esposo es muy celoso. Ahora cuando lleguemos, que será pronto, ustedes deben decir que trabajan con Miguel.
_ Y… ¿En qué trabajamos? - dije yo aún con la voz nerviosa.
_ Eso a usted no le importa. Solo diga que trabajan con él y punto.
La broma etílica de Diego nos había salvado de momento. Pero ahora se trataba de sobrevivir a lo que viniera. Llegamos a un barrio donde la única casa iluminada era a la que íbamos.
Cuando nos bajamos del carro, un hombre joven, con tatuajes de pies a cabeza, y cadenas colgando del cuello nos preguntó sin saludar quiénes éramos.
_ Trabajamos con él. Dijimos en coro Diego y yo señalando al chico que en todo el viaje pronunció pocas palabras.
_ Súbanse al carro. Vamos a dar un paseo…
Ahora el ambiente en el carro era espeso como para cortar con un cuchillo una lata de grasa. No sabíamos qué esperar, y esta vez ya se nos habían acabado las bromas.
Llegamos a un barrio feo, casi un búnker, en medio de varios piedreros durmiendo en el caño.
_ Salgan del carro y vayan a la cajuela.
Obedecimos. Temerosos de que fuera una escena de una película de esas donde simplemente matan a los tipos y los tiran a la cajuela para deshacerse de los cuerpos más tarde.
Sonó el click de la cajuela del carro, y se abrió… adentro había una caja de cervezas vacía, de esas rojas de 24 botellas.
_ Cojan eso y vayan ahí y la compran.
Por segunda vez obedecimos en silencio. Compramos la caja de cervezas y la pusimos en la cajuela de vuelta.
_ Tomen una cada uno, y suban al carro.
Suspiramos… intenté entrar en confianza y entablar una conversación. El tipo era un marero, o al menos dijo que su tío lo era… pero era evidente que él también.
_ Ahh ok… muy bonito El Salvador - dije estúpidamente sin saber qué más responder.
Las cervezas fueron circulando entre una pareja de chicas que eran lesbianas, Miguel el afeminado, la chica del arma, su hermana, el marero, Diego y yo. Un grupo variopinto para usar un buen eufemismo. En un momento de la madrugada Diego empezó a apretarse con la hermana de la chica del arma, una chica rellenita (para decir lo menos) vestida con una minifalda demasiado corta, y escote demasiado largo. Y al tiempo que Diego metía la mano donde podía, y las birras se agotaban, algo de toda esa situación ya no le gustó al marero, quién nos empezó a ver de forma sospechosa, quizás ver a Diego besándose con su cuñada, o a mí semidormido abrazado a una botella como aferrándome a la vida. La cosa es que apagó la música, y con un empujón a Diego separándolo de la gordita, nos dijo que ya era hora de que nosotros nos largáramos de su casa, y de nuevo nos vimos subidos en el carro… una vez más manejó hasta el barrio donde compramos la caja de cerveza, apagó el carro, y nos dijo:
_ Bájense. Aquí los dejo.
Y dando media vuelta vimos las luces traseras del carro perderse en las curvas y la oscuridad del amanecer. Suspiramos. Estábamos vivos, borrachos, y cansados, no podíamos cantar victoria aún, pero nos parecía que habíamos sobrevivido a un naufragio.
Diego se acostó en una parada de bus, rendido. Yo me dispuse a observar si venía algo que nos pudiera acercar a Juandilandia… los gallos empezaron a cantar, y la primera luz rompió el cielo. No sé cómo, pero la suerte nos dio el último empujón de la madrugada y un taxi venía bajando… me tiré casi a media calle suplicándole que parara. Así lo hizo pese a lo feo del lugar.
_ ¿Qué están haciendo aquí? ¿Para dónde van? ¡Súbanse!
Estábamos a salvo. Llegamos a la casa del poeta Robinson. Aún quedaba algo de oscuridad para cerrar los ojos y tratar de imaginar que todo había sido un mal sueño.
Parte V
Robinson nos despertó apurado alrededor de las 7 de la mañana… quizás antes.
_ ¡Se quedaron dormidos cabrones! Tenemos que irnos al recital en mi colegio, apúrense, ya nos vamos en 10 minutos.
No habíamos dormido casi nada. Nos despertamos con una terrible goma física y moral. Volví a ver a Diego y los dos estábamos destruidos… pero con una sonrisa cómplice nos dijimos que estábamos vivos.
_ Somos unos idiotas mae… ¿Cómo es que si no hacemos esto allá, lo venimos a hacer en otro país?
Pero lo dicho. La poesía es primero, nuestra responsabilidad máxima (quizás la única que teníamos, por lo visto), así que nos pusimos la ropa más limpia que nos quedaba, nos pusimos una boina que disimulara un poco, y salimos con el poeta Robinson hacia el colegio.
Nos esperaban un grupo grande de adolescentes bulliciosos en el gimnasio de la secundaria. Leímos lo mejor que pudimos, y los aplausos resonaban en nuestra cabeza como campanas chirriantes que se estrellaban en nuestra frente. Sudábamos copiosamente, y nos dio diarrea, por lo que nos apuramos a contestar las mismas preguntas de siempre sin mucho entusiasmo, mientras el poeta Robinson nos daba bolsitas de agua para que tomáramos, dándose cuenta, como buen bohemio, de lo que sucedía.
Finalizada la tortura de recital, con ojos de mapache enfermo, y después de dos o tres idas al baño, fuimos a la oficina del poeta Robinson.
La respuesta al correo decía simplemente algo así: "Diego, espero que esté disfrutando su gira poética en Panamá. No se preocupe. A partir del lunes ya usted no seguirá trabajando para el Festival Internacional de las Artes. Que tenga buen regreso y feliz viaje".
Ya sin trabajo alguno, y sin presión para regresar. Nos quedamos una noche más en Juandilandia, y decidimos regresar a David. Ya habíamos tenido lo suficiente de Ciudad de Panamá.
Cuando llegamos a David, con el Seco Herrerano de rigor, y con las anécdotas demasiado frescas para contarlas, no pudimos detallar demasiado a Montilla sobre nuestro viaje a la capital. Pero le dijimos que todo estuvo bien, y que todos le mandaban saludos hasta la República Independiente de Chiriquí, como todo mundo sabía que decía Manuel entre broma y en serio.
Descansamos esa noche, no salimos más, y decidimos que al día siguiente nos separaríamos por primera vez en el viaje. Yo iría a visitar a la guitarrista de Boquete. Diego invitaría a almorzar a la bailarina del Night Club.
Así lo hicimos. De mi parte tuve una adorable y romántica visita a un parque de flores, donde aparentemente se hace una feria famosa en Boquete cada año. Y Diego la pasó muy bien, y hasta invitó a la chica a un helado, casi como a una novia.
Nos contamos los detalles al atardecer. Y fuimos a comprar los tiquetes para regresar a Costa Rica, compré el tiquete con los últimos dólares que me quedaban, y le pedí a Diego que me invitara a un paquete de maní para cenar.
Nos despedimos de Montilla y nos fuimos a dormir. El autobús salía al amanecer.
Cuando llegamos a la frontera y luego de los sellos de rigor, al lado de Costa Rica, sintiéndome en casa, llame a cobrar a mi casa desde un teléfono público. Mi mamá contestó y al escuchar mi voz empezó a llorar… luego de que se tranquilizó un poco y de decirle que estábamos bien, me contó que doña Mayra y ella estaban desesperadas por no saber nada de nosotros por tantos días (habíamos perdido el contacto una semana atrás), y que habían ido, junto a mi maestro de Kung Fu que también era nuestro abogado, a la policía y a la embajada de Panamá a poner la alerta de desaparición.
Me sorprendió y claro pedí disculpas. Le dije que tenía hambre, que no tenía un cinco, y que nos esperaban unas ocho horas de viaje, pero que pronto llegaría a pedirle perdón y a darle un abrazo.
Han pasado 20 años desde aquel viaje. Hoy que regresamos de la boda de Diego a nuestra casa en Guanacaste, me cayeron como papayas maduras todos los recuerdos. Renee me pregunta qué me pasa, estoy ido, en Alexa suena Golosinas de Pedro Guerra.
He vuelto a Panamá un par de veces más, la última con Renee el año pasado, visitamos a Montilla en su taller en medio de máscaras, esculturas, libros, y revistas. Brindamos con un vino tinto. Ha pasado mucha agua y barcos debajo del puente de las Américas, pero aún no conozco el canal.